I
Entre cada hoja de la historia siempre hay voces
midiendo el ritmo de los vientos dispersados
haciendo monolitos a la cercanía
cada vez más escasa y temblorosa,
titubeante saludo que reconoce
un destino en la ruta.
Si sólo supiera ser roca tallada
este corazón tejido de pensamiento
con escozor de ojos que restan
pues ya ha sumado los pilares del cuerpo
como nómadas recolectando el céfiro y la vida.
Domesticar la musculatura a la muerte:
vano deseo del que ambiciona
adueñarse de alas ajenas
por creer que la piedra fluye y se suaviza
en la corriente.
La paciencia no es para el tiempo
ni la búsqueda de superficies blandas,
la paciencia corresponde a los huecos
gemidos del que ignora
que un ave migrante
sólo sobrevive en el vuelo.
II
Al batir de alas algo resplandece:
en el horizonte un diamante echa luz.
Tras el destello un trino nuevo
es canto de un celeste nacido en pleno día.
Lo tuve siempre enfrente. Despintaba.
Hasta que emanaron tal fiereza sus ecos
que de gravedad se cubrió el cielo
cambiando mi norte por su claror.
Y en toda la extensión del revoloteo
me envolví con el sonido de su claridad,
me detuve en el ritmo,
dancé con las pausas,
quise que sus silencios besaran mis ojos.
Volví a sentir en la cavidad de mis suspiros
la delgadez de un cascarrón eclosionado
por la novedad del existir.
Y no he dejado de volar mi propia ruta.
Sigo nómada
guiada por mi consuelo:
la musicalidad de los astros.

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